martes, 3 de abril de 2012

EL VALOR DE LAS PALABRAS

Las personas necesitan comunicarse. Es el acto comunicativo lo que nos hace construir la denominada "intersubjetividad". El reconocer que el yo es diferenciado de los otros. Y que por lo tanto los otros existen. El hablar por hablar permite, a las personas afectadas por algún tipo de situación compleja que se les presenta en la vida, reelaborar el discurso interno y buscar soluciones. Al menos compartir sus sentimientos y los impactos emocionales que están viviendo. Las conclusiones racionales, rápidas, no llegan aunque se comiencen a vislumbrar racionalmente porque el caos interno que supone el dolor hay que ordenarlo.
Al hablar decimos lo que queremos y lo que no queremos. Y entonces descubrimos algo que no sabíamos que nos dañaba profundamente. Puede ocurrir que al sacar fuera la ira, la rabia, la tristeza, la decepción, el miedo... empiecen a brotar lágrimas. Esto, a pesar de lo que esta sociedad nos ha enseñado en muchas ocasiones, es un gran paso: nos permite elaborar el duelo. La pérdida de algo o alguien que nos parecía valioso.

En el caso de las familias que tienen un hijo con discapacidad este proceso de duelo es necesario. Encontramos que, años después,  no se ha elaborado el duelo y las madres, hablamos de madres porque son las que más asisten a las tutorías, siguen esperando a "otro hijo". Sufren la diferencia con los iguales, esos niños y niñas que crecen sin las mismas dificultades, sufren en el parque, en el colegio, en las actividades dónde sin monitores especializados no pueden participar... y construyen deseos lícitos para afrontar sus miedos al futuro. 
En estos casos, la escucha activa y pasiva, es fundamental para que no se sientan solas. Las tutorías dónde se les permite tener un espacio para hablar suponen una vía de escape y desahogo emocional. Porque muchas veces saben, como sabemos todos cuando algo se nos arrebata, que deben aceptar su realidad para avanzar como seres humanos. Sin embargo esa aceptación es un camino que no se puede andar en silencio. Como profesionales quizás deberíamos perder el miedo y la costumbre al no saber qué decir. Quizás no hay que decir gran cosa sólo permitir que el valor de las palabras broten y recuperen su valor terapéutico.